¿PATENTAR O MANTENER EL SECRETO INDUSTRIAL?
Responder a la pregunta de ¿patentar o mantener el secreto industrial? es una tarea muy compleja, ya que la respuesta depende de muchísimos factores. En primer lugar, debemos tener un invento, es decir un producto o un procedimiento nuevo, que no sea, por ejemplo, la simple suma de dos cosas que ya existen y que solucione un problema de la técnica.
Partamos de la base que tenemos un invento, si se tiene alguna duda, la recomendación siempre es la misma: consultar y realizar una búsqueda de arte previo para establecer si nuestra innovación cumple con los requisitos de patentabilidad y cerciorarnos de su novedad. Teniendo claro que tenemos un invento, ¿Qué hacemos? ¿Patentamos o lo mantenemos como secreto industrial?
En general la duda se plantea porque existen costos asociados al proceso de patentamiento, mientras que guardar el secreto es gratis. Efectivamente, para un innovador proteger su invención puede resultar caro y recomiendo evaluar desde el principio si podrá costear todo el procedimiento y en todos los lugares donde debería protegerse. Si realmente no puede costear el proceso de patentamiento por completo, quizás es mejor no patentar. Esto porque para patentar necesariamente debemos divulgar la invención, y si la solicitud de patente se abandona a mitad de la tramitación, simplemente habremos invertido mucho tiempo y dinero en regalar información estratégica.
Visto así, pareciera que para inventores o pequeñas empresas nunca tendría sentido patentar, ya que los fondos de que disponen siempre son escasos. Pero no es así, en muchos casos las patentes son muy útiles, y hacen que valga la pena la inversión. Por ejemplo, si la idea final es transferir la tecnología, será imprescindible tener una patente ya sea concedida o al menos en trámite que permite a los inventores apropiarse de la tecnología que desarrollaron y convertirla en un bien transable.
Conozco varios casos donde productos innovadores y efectivos fueron copiados por competidores desleales a poco andar de la producción. En estos casos la Propiedad Industrial, y específicamente la patente del innovador, fue lo que permitió defender el negocio. En uno de los casos, tanto el innovador como un competidor que plagió el producto postularon a un fondo del gobierno para la innovación, y el innovador estuvo a punto de perder los fondos en contra el pirata que copió su producto. En ese caso tener la patente en trámite fue crucial.
Un análisis fundamental que se debe hacer, en mi opinión, antes de decidir si se patenta o se guarda el secreto, es determinar qué tan fácil es de copiar, o como se dice elegantemente, ¿qué tan fácil es hacer ingeniería inversa de nuestro producto?, o si por diversas regulaciones estaremos obligados a declarar públicamente los componentes del nuevo producto, como en el caso de medicamentos o alimentos. Para mantener un secreto, debemos estar seguros de que podemos mantenerlo así, en estricto secreto.
A priori se puede pensar que mantener el secreto para los procesos puede ser más fácil. Puede ser, pero siempre que todos quienes de algún modo interactúen con la tecnología, por ejemplo, empleados y proveedores, hayan firmado acuerdos de confidencialidad. Que no publiquemos en páginas web o entrevistas nuestra invención. Que la innovación no sea obvia viendo la planta de producción.
Hace poco un inventor nos comentó que invitó a un potencial cliente a conocer su planta y que este empresario agrícola le había dicho sin ningún pudor, que ya conocía la planta, que la había visto con drones (¡!!!!). En otro momento que discutimos este mismo tema para un proceso asociado a la minería, vimos que era imposible controlar las visitas de la planta, ya que era mucha la gente que circulaba por ella. En esos dos casos es mejor patentar, y patentar lo antes posible. Pero hay plantas productivas en las que el acceso es muy restringido y donde no se puede espiar con drones. En ese caso se podría mantener el secreto, o incluso podría ser recomendable hacerlo. Sobre todo, si tenemos alguna ventaja adicional, como puede ser que la materia prima sea poco accesible en otras partes del planeta, o que su producción demore tanto que la ventaja que se tiene es la oportunidad.
Debemos tener claro que el mayor peligro, siempre que se opta por el secreto industrial, es que alguien más patente, ya sea alguien que llegó por ingeniería inversa a nuestro proceso/producto o simplemente otro innovador que desarrolló lo mismo de manera independiente (lo he visto suceder). En ese caso quien obtiene la patente podría impedir que sigamos desarrollando nuestro proceso o producto, y quedaremos sin nada. Otro peligro común al mantener el secreto es que simplemente nos copien, aun cuando no accedan al secreto y el competidor tampoco lo patente, por ejemplo, empresas con más recursos que pueden desplazarnos del mercado vendiendo a un menor precio o con mayor publicidad. Si no tenemos patente, no podemos impedir que otros utilicen nuestra tecnología y ante ese escenario, defenderse es más difícil.
Creo que cada caso debe analizarse en detalle, pero la opción que se tome debe hacerse a conciencia, si se guarda el secreto deben tomarse todos los resguardos para mantener el secreto, si decidimos patentar, debe hacerse bien, con la asesoría adecuada.
Carola Barraza Moenne, Agente de patentes de invención