El emprendimiento en la clase alta
Cuando Ángelo Cares Ríos iniciaba su primer negocio hace 14 años, el concepto de “emprendimiento” aún no era conocido de la manera en la que lo entendemos hoy. Normalmente, quienes decidían comenzar una empresa propia, eran simplemente catalogados como vagos y eran rechazados por no tener un empleo dependiente bajo la sombra del sistema.
La mayoría de estos pioneros, quienes decidieron emprender en aquella época, solían ser personas de origen pobre que buscaban escapar de una realidad llena de carencias, mediante esta iniciativa de la que estaban orgullosos de formar parte.
Al pasar los años, tanto el gobierno en turno como los medios de comunicación, empezaron a considerar y transmitir la idea del emprendimiento como una verdadera opción de empleo dependiente, originando motivación en los nuevos emprendedores, para comenzar a entrar en el medio y comenzar a establecerse como un grupo de origen más heterogéneo, cuyo objetivo principal de la mayoría, es la ejecución de una o más grandes ideas que les puedan asegurar la vida y la de sus descendientes.
En esta comunidad, el emprendimiento se transformó en un núcleo cultural que incentivó al conocimiento y la movilidad social. Las diferentes perspectivas acerca de la sociedad, la política, la religión, el dinero y otros asuntos convergieron en un solo lugar, reuniendo a pobres y ricos, moros y cristianos, de diferentes comunas y colegios conviviendo en armonía hasta hace algunos años.
De un momento a otro, las instituciones comenzaron a contratar ingenieros civiles y comerciales, en muchos casos sin experiencia en los negocios, para dar forma a las nuevas “áreas de emprendimiento” que proliferaron con fuerza en las universidades de la alta sociedad, las que enviaron a sus nuevos expertos a conocer los mercados más avanzados del mundo en la materia, donde sin lugar a duda Silicon Valley era la Meca.
En Silicon Valley, los nuevos expertos aprendieron sobre “el elevator pitch”, el “venture capital” y el “due diligence”, y viajaron de vuelta a nuestro país, para explicar a los nuevos emprendedores como se realizan los negocios a gran escala. Afectando nuestro ecosistema de emprendimiento con el desarrollo de una de las peores enfermedades que una relación entre seres vivos puede sufrir: el cáncer a la identidad.
Cada vez más universidades comenzaron a “enseñar» emprendimiento a los incautos hijos de familia acomodada como si se tratara de una ciencia exacta. Enseñando elevator pitch en un país sin ascensores, “venture capital” en un país donde reina Dicom y “due diligence” sin tener abogados y contadores preparados.
De este modo nacieron los «emprendedores de clase alta» que comenzaron a preguntar de qué universidad egresaste, y si eres de los Valenzuela de Talca o los de Puerto Montt, para con ello a cerrar filas y adueñarse de este nuevo territorio.
Los trabajadores hambrientos por la libertad financiera, los estudiantes de liceo y los egresados de instituto profesional, veían cómo esta nueva opción se hacía cada vez más ajena por no entender qué es Silicon Valley, no saber hablar inglés y poder leer «The Lean Startup», la biblia del que pretende ser emprendedor, y que en ese tiempo aún no había sido traducida a nuestro idioma.
En este cancerígeno escenario que ha ido expandiéndose hasta nuestros días, la decepción y la frustración hacen presa de este tipo de «emprendedores», quienes no se explican por qué no les resulta el negocio en Chile y de los aspirantes a emprendedor, quienes provenientes de realidades sociales distintas, no entienden por qué no logran entrar a los círculos startup.
¿Cómo terminar con este cáncer? Según Ángelo Cares Ríos, alimentando nuestro ecosistema con una mezcla bien carburada de realidad, identidad, experiencia mundial y local. Educación y políticas que empoderen a los ciudadanos y reivindiquen al emprendimiento como una herramienta de movilidad social y encuentro cultural al alcance de todos, para así evitar que a alguna universidad se le ocurra cobrar 8 millones de pesos al año para «educar» Ingenieros en Emprendimiento.
Fuente: El Nauta.