¿A qué nos referimos cuando decimos “Emprender”?
Por: Alejandro Godoy
Gerente General de KHREA Consultora en Innovación, Negocios y Emprendimiento.
Debe haber pocos conceptos más manipulados y mal utilizados en el último tiempo en nuestro país, que «emprender» o «emprendimiento». Bueno, quizás «coach» o «coaching» sean algunos de ellos.
El tema es, tal como lo señala el título de este artículo, a partir del ahora, uso cotidiano del verbo emprender, qué es lo que realmente se puede definir como un emprendimiento y así, quién sería objetivamente, un emprendedor.
En primer lugar, podríamos consultar el diccionario, que nos dice que Emprender es: Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro.
Pero luego, quedamos nuevamente ante el amplio marco de subjetividad para definir, el tipo, alcance o tamaño de dicha obra o negocio, que calificaría para la aplicación correcta del término.
En general, resulta obvio que el concepto de emprender está hoy abarcando una serie de actividades que antes se conocían o definían de una forma más corriente o casual y por lo mismo, con menos glamour y épica, que emprendimiento.
Así, por ejemplo, una señora que en los años 80′ viajaba en bus a Mendoza a comprar chaquetas de cuero para luego venderlas a cuotas en hospitales y servicios públicos era una «comerciante», incluso era llamada también «matutera». Hoy, sería una «emprendedora». Lo mismo, una persona que arreglaba ropa en una habitación de su casa u otra que cortaba el pelo eran llamadas «costurera» o «peluquera», con toda la dignidad y prestigio que ambos oficios merecen. Hoy ambas, perfectamente, se podrían autodenominar también, emprendedoras.
¿Es eso efectivo? ¿Podemos y/o debemos denominar a toda actividad comercial o ejercicio de un oficio, profesión o empleo por cuenta propia un «emprendimiento»?
Yo creo que no. Y no por mala onda, ni por querer quitar ese halo casi mágico y vanguardista que posee el concepto, a todo aquel que quiera utilizarlo, para si mismo o para su negocio. Por algo mucho más sencillo.
Emprender debiera ser en cualquier definición, también, la capacidad de crear valor, a partir de una diferenciación y posicionamiento competitivo a escala global, que contribuyan a la creación y/o desarrollo de una(s) industria(s) que, en último término, puedan llegar a aportar a la modificación de la matriz productiva (hoy extractiva) de nuestro país.
Eso permitiría dos cosas:
Uno, no engañarnos con rankings de innovación o emprendimiento que sitúan a nuestro país entre los primeros lugares de Latinoamérica, pero que en realidad miden la creación de empresas (obtención de RUTs) y no el desarrollo, escalabilidad y éxito de las mismas. Y tampoco, creernos el cuento que nuestro país vive una «fiebre emprendedora», la cual puede atribuirse, en gran medida, a nuestra tendencia a formalizar y burocratizar todas y cada una de nuestras actividades (cabe recordar que Chile ha sido el único país en el mundo donde hasta la corrupción política se ejercía con boletas).
Y dos: Focalizar de mejor forma el apoyo estatal al ejercicio del emprendimiento y a la gestión de su ecosistema, promoviendo sectores específicos, donde nuestro país puede obtener, objetivamente, ventajas competitivas de largo plazo a nivel global, como las ERNC, el desarrollo agro-alimentario, el ecoturismo, la investigación astronómica, etc.